martes, 7 de septiembre de 2010

Hernán Lavín Cerda. Poeta chileno-mexicano

Vate del exilio

Santiago de Chile, Chile, el 7 de octubre de 1939. Reside en México a partir del 13 de octubre de 1973.

Licenciado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, desde 1965.

En 1970 obtuvo el Premio Vicente Huidobro, por su texto de narrativa poética La crujidera de la viuda, publicóado por la editorial Siglo XXI, 1971.

En 1971 fue becario del Taller de Escritores Jóvenes, dirigido por el poeta Enrique Lihn, en la Universidad Católica.

Desde 1974 es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el área de Letras Hispánicas.

De 1975 a 1979 dirigió el Taller de Poesía, del Instituto Nacional de Bellas Artes.

A partir de 1992 es miembro de la Academia Chilena de la Lengua.

Ha publicado alrededor de sesenta libros de poesía, ensayo y narrativa de ficción. Está incluido en el Diccionario de Escritores Mexicanos, publicado por el Instituto de Investigaciones Filológicas, de la UNAM, 1997.

Ha sido traducido al alemán y al inglés. Su obra, tanto poética como narrativa, aparece en antologías de Latinoamérica, Estados Unidos y España.


Libros recientes

La sonrisa de Dios (2007)

Visita de Woody Allen a Venecia (2008)

Confesiones de Hernán Cortés y otros enigmas (2008)

La música del pensamiento (2009)

La belleza de pensar que la palabra perro no muerde (2009), empezó a circular en mayo de 2010




Presentamos algunos escritos en verso y en prosa

1. El fantasma

Cuando murió Marcello Mastroianni, mi mujer se puso a llorar con un entusiasmo envidiable, como si nuestra galaxia, que nunca ha sido nuestra, se hubiese desprendido apocalípticamente de sí misma, evaporándose entre las nebulosas de otra galaxia.

       --No te preocupes --le dije con una sonrisa de monje medieval--. Aquí estoy yo, no sufras tanto, no me atormentes y ya no llores así, a lo bestia. Ven y abrázame, amor mío, micifuz, Muñeca de los Espíritus, fucsia mía, ragazza, Minina del Perpetuo Socorro. Ven semidesnuda y tócame una vez más: recuerda que aún soy tu fantasma de carne y hueso. ¿Por qué no me abrazas y me besas con absoluta devoción, como en la primera noche del primer día? Tratándose de fantasmas, todos somos iguales. ¿Qué virtudes tiene aquel Mastroianni que no tenga yo?




2. Con música de clavicordio

Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,

la viscosidad del trueno entre las lilas.


Ahora recuerdo que tú sangrabas

por la nariz como una loca

y yo ejecutaba, sobre el clavicordio de juguete,

la simulación del Vals de los Vampiros.



Ahora recuerdo que al fondo se escuchaba el miedo

de la vaca acercándose a los ojos del toro,

y las abejas, sin colmena, eran como terneros

extraviados en los últimos días

de aquel invierno con poca lluvia.



Ahora recuerdo que yo mordía mis labios,

pero en cada mordedura tú temblabas como una loca

mientras oíamos la música, siempre la música

del Vals de los Vampiros en el clavicordio de juguete.

Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,

la viscosidad del trueno entre las lilas.




3. Señora errante

Dentada en el asombro la muy propicia,

pero uno pierde el equilibrio

y no sabe al fin, al fin no sabe

lo que dentada en el culo significa:

por debajo, con esmero, por arriba, no sabe nadie

lo que dentada en el viento significa.


Dentada en el acróbata la muy soberbia,

graciosa y soberbia la muy propicia:

no sabe uno, al fin no sabe

lo que dentada en la gracia significa.

Por debajo, mucho ojo, por arriba, mucho ojo,

no sabe uno lo que dentada en el arte significa.


Todo sea para usted, señora errante.

A la gracia de Dios, la muy propicia.


4. El arte de amar

           (La danza del Péndulo)

Celestino amaba a Leticia, la que amaba locamente a Segismundo, el que amaba con entusiasmo y sin entusiasmo a Valeria, la que amaba con furia uterina a Luis Alberto, el que observaba las estrellas, solitario, y sólo amaba a Nora del Carmen, la que no amaba a nadie, casi loca en su amor platónico.
          
         Celestino se fue a la Unión Soviética en el otoño de 1960. Leticia tuvo una crisis religiosa y se enamoró de Maimónides, un poco antes de ingresar al convento de las Hijas del Buen Pastor. Segismundo se volvió loco sin saber por qué, luego de amar con entusiasmo y sin entusiasmo. Valeria descubrió el Arte de la Soledad en su casa llena de gatos equívocos, famélicos, esquivos, y junto a la sombra de Pericles, aquel loro inmortal que sólo hablaba en una lengua muerta: una especie de esperanto en resurrección casi permanente, aunque ustedes no lo crean.

          Luis Alberto se suicidó en una noche de verano, no muy lejos del cerro San Cristóbal, cerca del principio y del fin del mundo, en Santiago de Chile, con un calor insuperable, más bien olímpico, y Nora del Carmen se casó al fin con Hernán Rodrigo Lavín Cerdus, un loco que nada tenía que ver con la historia, pero lo sospechaba todo a través de la sutileza de su espíritu.
          
          Psicosomáticamente, Lavín Cerdus lo sospechaba todo.

5. Las trompetas

En memoria de Eliseo Diego, quien apreciaba esta música

Hasta donde sabemos, la vida es la única enfermedad mortal. Esta certidumbre debiera ser un alivio. Sin embargo, sobrevivimos en el miedo de los inmortales y no sabremos qué hacer cuando llegue el día de cerrar los ojos y colgar la máscara. Mientras tanto, uno debe reírse como si estuviera observando a una mujer muy gorda que de pronto decide estornudar delante de un enano, sin medir las consecuencias.
          
        El enano puede ser usted, mi estimado lector, o cualquiera de nosotros. El enano es otra máscara que ahora sonríe con dificultad. A lo lejos se oyen las trompetas del carnaval y nuestra alegría es indescriptible: algo así como el equilibrio de un pájaro en el aire que transcurre si movimiento alguno.




Crónica antropológica-fotográfica: Pascual Borzelli Iglesias para Crónica Antropológica.
Diseño y edición: Miguel Borzelli Arenas


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